sábado, abril 18, 2009

Día 625, sábado

Era mucho menor de lo que Takeshi había imaginado. Era alto y tenía el pelo abultado en la cabeza. De contextura gruesa, piernas largas y zapatillas All Star rojas. Caminaba por el campamento junto a Raily como si fuera la primera vez que estuviera por ahí. A diferencia de todos los demás en la Asociación, el Presidente llevaba un jean oscuro, una chompa azul y unos lentes de sol negros. Tal vez ahí radica su poder, pensó Takeshi Kusunoki. Todos los pequeños títeres vestidos de blanco lo seguían como groupies. El asunto resultaba muy pintoresco entonces. El Presidente Gonzalo realmente materializaba el fervor de un pueblo. Pero a los ojos de Takeshi, el Presidente no era lo que decía ser. Era un fraude. Un engaño. Tal vez por eso, cuando cruzaron miradas, Gonzalo, oculto tras sus anteojos oscuros, notó la semilla de la duda escondida en las pupilas del joven Takeshi. Por eso le dio la mano. Por eso mismo, también, Takeshi le ofreció una sonrisa inerte, casi automática. El pueblo hacía bulla. Vitoreaban a su Presidente. Era él quien los salvaría. Era él quién arreglaría sus vidas. ¡Gonzalo, Gonzalo, Gonzalo!, gritaban todos. Fervor político y admiración. El Presidente se acercó un poco más a Takeshi y le preguntó, despidiendo un aliento matizado por el alcohol: "Eres nuevo aquí, ¿no es cierto?". Takeshi asintió. "¿Cómo te llamas?". Takeshi Kusunoki, le respondió. Raily lo introdujo como el encargado de los archivos y documentos del campamento. El presidente asintió satisfecho. La multitud se dirigió apresuradamente a la carpa central, donde el Presidente, con lentes de sol y aliento a alcohol, con jean oscuro y chompa azul, con pelo largo y seborrea, daría un pequeño discurso. Sobra decir que Takeshi estaba impresionado. Aquel tipo era realmente un rock star. Era Haya de la Torre reloaded. Cuando por fin estuvo frente a su multitud desordenada, el Presidente Gonzalo se aclaró un poco la garganta para soltar el mismo discurso de hacía cinco años.

miércoles, abril 15, 2009

Día 622, miércoles

"Fueron tiempos terribles. Tuve una fuerte depresión después de la muerte de mi madre. Ella había sido la única persona con la que viví durante muchos años. Me quedé solo en la casa familiar y cargué sobre mis hombros todo el peso del funeral. Por si fuera poco, el trabajo en la revista nunca paraba. El dinero era necesario para vivir. Un día pedí vacaciones y me fui a descansar a La Habana. El viaje estuvo bien, me dio tiempo para pensar y leer algunos libros. El último día de mi estadía decidí dar una vuelta por el malecón. El cielo era azul, no se vislumbraba una sola nube en el horizonte y todo gozaba de una magnífica luminosidad. Fue entonces cuando lo vi. Vestía unos pantalones cortos de jean y entonaba canciones acompañado con una gitarra. Apenas lo vi, supe que era una persona distinta a todas las que había conocido. Era flaco, sumamente flaco, casi tuberculoso, su pelo le llegaba hasta los hombros y era negro, muy negro. Su mirada escondía a todas luces cosas de las que yo no tenía ni idea. Era libre como sólo una persona atrapada en Cuba puede serlo. Me pidió dinero cuando pasé junto a él. Era muy joven, no debía tener más de 23 años. Le di un par de dólares. Carlos agradeció con una venia, se guardó los billetes y se puso a cantar otra vez. Le pedí permiso para tomarle una foto. Dijo que eran otros dos dólares. Se los di. Desde hacía ya un buen tiempo, no permitía que nadie me tomara una foto. No eran ínfulas a lo D. J. Salinger, simplemente era ser consciente de lo mal que me veía en las fotos. Era la vanidad a la inversa. Carlos se puso a tocar la guitarra y posó para unos tres retratos. Lo invité a un bar. Carlos aceptó, cargó su gitarra en la espalda y nos dirigimos a un local cerca de Varadero. No había salido mucho del balneario, por eso no había visto muchos chicos como Carlos. Esa noche lo logré meter a la cama por unos cuantos dólares y la promesa de sacarlo de Cuba de alguna bizarra manera. No fue fácil encontrar un sitio donde cachar. Ser homosexual en Cuba es ser contrarrevolucionario. Por eso fuimos a un hotel de mala muerte que me cobró el doble de una noche en la suite cinco estrellas en la que me hospedaba. Al día siguiente, me fui de La Habana con la intensión de sacar a Carlos de ahí cueste lo que cueste. En Miami, contacté a una mujer que me cobraba unos cinco mil dólares por sacar a una persona de la isla. No lo dudé mucho antes de pagar la suma. Eran unos tres años de trabajo y el dinero lo tenía estacionado en el banco. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que estaba enamorado. Así que traté de tomarlo de la mejor manera posible. Mi madre había muerto y yo era una persona sola en el mundo. Carlos era un cubano tratando de salir de Cuba. Mientras esperaba que él llegara ilegalmente a Estados Unidos, comprendí que todo tenía sentido. Fantaseaba con la nueva vida que estaba comprando. Las mañanas grises de Lima con la persona que yo amaba al costado. Los huevos fritos con arroz que comeríamos los días que no quisiéramos salir de casa. Lo bien que me haría escuchar el acento cubano de Carlos retumbando por toda la habitación. Sin embargo, Carlos nunca llegó al hotel. Al día siguiente busqué furioso a la mujer que, pensaba, me había estafado cinco mil dólares. No fue fácil dar con ella, pero cuando por fin la encontré dijo que mi primo (le había dicho, lógicamente, que Carlos era mi primo, no mi amante) había llegado a Miami y había ido directamente a casa de su familia. Los días siguientes intenté por todos los medios posibles hayar algún posible pariente de Carlos en Estados Unidos. Fueron días perdidos. Cuando me di por vencido, regresé a Lima con la firme misión de acabar con mi triste existencia."

martes, abril 14, 2009

Día 620, lunes

Era un lunes cuando lo anunciaron. Raily lo comunicó a bocajarro. El Presidente estaba en camino. El día de su llegada sería no laboral. La noticia iluminó el rostro de todos en el campamento. ¡Verían al Presidente y encima descansarían un día extra! Para Takeshi, cuya vida se había vuelto insoportable tras la muerte de Garfield, la llegada del Presidente le importaba un comino. Desde su separación con Sarah se sentía triste, cansado. Únicamente tenía ganas de huir pronto de ahí. La mayoría de las veces soñaba que tomaba a Sarah muy fuerte de la mano y juntos corrían por entre las montañas. Incluso su relación con Willy Pacote se había visto afectada y tenía la extraña sensación de que Raily lo miraba siempre con desconfianza. Takeshi era el encargado de sistematizar la informacíón de todos en el campamento, por lo que tenía un puesto privilegiado en el único edificio de material noble. Usaba una máquina de escribir eléctrica y un papel membretado con un logo que se le hacía demasiado parecido al símbolo masón. Lo único cierto para él era que ya estaba harto de todo lo concerniente a la Asociación. Cada vez le parecía un asunto más y más trillado. Le llegaba al pincho tener que vestirse con un buzo y un polo blanco y, aunque nunca había sido de los que prestan atención a las tendencias de la moda, la ropa del campamento de la Asociación le parecía un crimen de lesa humanidad. Todo porque a un tipo que se hacía llamar a sí mismo Presidente Gonzalo se le ocurría. Vaya tipo, pensaba Takeshi Kusunoki. Yo también formo mi propia pandilla, meto un poco de floro por aquí y por allá y me hago llamar a mí mismo Prensidente Rubén Blades o cualquier otra huevada. Esa misma noche, tras una larga conversación en la oscuridad, Willy le confesó que la única razón por la que seguía vivo era gracias al Presidente Gonzalo.

jueves, abril 02, 2009

Día 608, jueves

Era una historia un poco larga, pero si Takeshi estaba dispuesto a escuchar, Sarah no tenía ningún problema en contarla. Se sentaron justo donde habían encontrado al gato muerto la noche anterior. Ella le contó entonces que solía trabajar en una estación de servicio con un chico que, al principio, le caía muy mal, pero que, en un momento difícil de su vida, se portó muy bien con ella. "Cuando todo estaba desmoronándose en mi vida, fue él quién me dio las fuerzas suficientes para seguir", le dijo. Al parecer, este chico y Sarah iniciaron un tormentoso romance cimentado en las noches que pasaron juntos en la estación de servicio. Con el tiempo, la relación entre ellos se hizo cada vez más tormentosa. "Él era depresivo. Nada lo hacía feliz. Fue él quien me habló por primera vez de la Asociación. Incluso, pensábamos venir ambos aquí, huyendo de la vida que llevábamos afuera". Una noche, sin embargo, él no llegó a la estación de servicio. En lugar de eso, su familia lo encontró ahorcado del techo de su habitación. Había usado una viga suelta y la correa que todos los días se ponía para ir a trabajar. Después de eso, Sarah no lo pensó mucho antes de pagar los 200 dólares y partir de inmediato al campamento de la Asociación.